viernes, 22 de octubre de 2010

A usted el tiempo (Insisteee)

A usted el tiempo parece no importarle, y yo a través del tiempo puedo verlo, en cada minúsculo detalle, con reminiscencias de “Eternal sunshine…” en una heladería, y no sólo puedo ver cada beso, o cada gesto, lo veo en el tiempo y comprendo, lo veo en el tiempo y otro tanto me confundo, lo veo en el tiempo y veo también lo peor de lo que me mostró decorado de lo mejor que podía dar, como usted mismo ha declarado. “Lo mejor”. “Mejorar”. “Mejorar juntos”. La última todavía resuena en mi cabeza.

A usted no quise ofender, ni quiero. Pero si eso realmente es Querer, entonces ódieme con toda el alma. Porque sólo cuando me odió (o se le pareció mucho), cuando sintió la desilusión, detestarme o el rechazo, sólo ahí afloró su pasión sin rejas que lo detuvieran, sin condiciones estúpidas de una noche cualquiera, su pasión sin bloqueos por lo que vendrá, por lo que podrá ser o no. Recién ahí, no se contuvo, y sus palabras fueron las más frustrantes, determinantes y sentenciadoras pero también las más hermosas que en mucho tiempo no me escribieron. Quizás el porcentaje mayor de problema sea yo, que prefiero seguir robándole a lo nuestro lo mejor, el vaso medio lleno en lugar de medio vacío. Quizás es un problema intentar ver rosas en un montón de mierda mal cagada en una esquina. Quizás en realidad no
convenga si nos guiamos por su sentenciador determinismo.

A usted no hace falta que yo le aconseje, pero permítame percatarlo y detenerlo unos instantes en una pequeña cuestión. No debería desbordar tanto, tanta miel, tanto mensaje de texto a las tres de la mañana con preciosas demostraciones de afecto. No debería. Le imploro no se adelante, le ruego no de más de lo que debería según el momento. No debería. Conténgase un tiempo más. Ya sabe, usted mismo lo ha dicho.”Las chicas se confunden”. Y si quiero ser sincera en este momento, entonces lo seré y finalizo el párrafo diciendo que me da igual, siga haciéndolo, no me importa demasiado, y no tengo por qué ayudar a su cuestión por mejorar. Yo, a diferencia de usted, no le deseo que encuentre a alguien.

jueves, 7 de octubre de 2010

A usted le conviene


A usted que sabe tanto, que no necesita que yo le diga, dígame entonces qué construyó realmente detrás de ese muro, ese que esconde con los brazos casi cruzados, hundiendo su pecho cada tanto, su espalda encorvada, y sus repentinos cambios gestuales. Sí, claro, ese que esconde en su manera desconfiada de mirarme, en lugar de contestar a lo que yo temblando le estaba preguntando en voz alta. Esa de la que siempre se quejaba.

A usted, Abierto, le quiero comunicar que más abierta estaba la boca del lobo que nos sorprendió esa noche de viernes en el vagón-bar. Más que sorpresa, yo sabía que detrás del misterio se escondía todo eso. Usted no necesita que yo le diga nada, el lobo nos cagó y se fue. Usted tampoco se quedó. O más bien, optó por la defensiva hacia mi persona, agudizando su atropellante inseguridad. Yo tampoco me quedé, me fui al baño a planear un estúpido plan B.

A usted que la tiene tan clara, me gustaría preguntarle, y nutrirme de su perfecta sabiduría, dónde estaba esa noche, dónde estábamos, a dónde nos fuimos, con quién me fui, con quién se quedó. ¿Usted realmente se quedó? Usted que la tiene tan clara sabrá confundirme por días y días hasta que de la garganta empiece a salir todo eso que no tendríamos que haber escondido detrás del disfraz que cada uno eligió. Usted eligió muchas cosas, pero… ¿Usted realmente me eligió?

A usted que la tiene tan clara preferiría decirle esto. Me sentí como Joel en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Qué curioso, porque hasta hace poco tiempo yo era Mandarine. No sé qué me convirtió en Joel. Después de todas las acciones puestas a la luz sus ojos, y su criterio, puede ser que la decepción se haya mudado de departamento. Ahora habita el suyo, el que fue tan mío. Ahora la víctima es usted. Y ahora decido volver a serlo yo. Usted no entiende, el cambio de roles no es para mí.